¿Dónde está tu alegría de vivir?

¡Has nacido para ser feliz! Sí, tú, deja de mirar a los lados, me refiero a ti que lees este texto. Pero déjame que primero te pregunte algo… ¿eres realmente feliz?, ¿a cuántas cosas, circunstancias y personas achacas tu muy probable infelicidad?, ¿te has parado a preguntarte por qué otras personas en idéntica situación a la tuya, o incluso peor aún, son felices y encaran lo que les acontece con una fuerza y serenidad admirable?

Es muy probable que estés buscando la felicidad fuera de ti, en lo externo, en las cosas que posees o acumulas, sean muchas o pocas, y hasta es seguro que tengas sensación de hartazgo y de cierta frustración. Si esperas hallar la felicidad en lo que hagan o dejen de hacer los demás hacia ti, una tendencia “casi” instintiva, debes estar en la desesperación y seguro que también en un estado de elevada frustración. Pero espera un momento, puede haber algo que estás ignorando.

Disfrutarás de la felicidad cuando aprendas a vivir en la Alegría. Sí claro, ¿y eso cómo se hace?, te estarás preguntando. El paso previo que necesitas dar, lo creas o no, es reconocer que tu alegría la tienes sepultada debajo de la soberbia desplegada, el rencor acumulado y el resentimiento al que te has aferrado a lo largo de tu vida. Lo grave es que desde esa soberbia, ese rencor y ese resentimiento estás culpando a los demás de tu infelicidad, cuando es cosa tuya en los tres casos.

¡Qué cambien ellos para que yo pueda estar bien!, habrás reclamado una y otra vez. Pues bien, esto lo haces para justificar la incapacidad de autosuperación en un proceso de crecimiento y madurez que requiere de elevado compromiso, inquebrantable constancia y férrea perseverancia contigo mismo/a, desde la humildad de la persona humana que eres.

Ten presente que algunas personas, con gran esfuerzo, cambian el rumbo de su vida, dejaron atrás personas y circunstancias y años más tarde volvieron a encontrarse en escenarios muy parecidos a aquellos que quisieron dejar atrás. Lo que ha sucedido es que se vuelven a ver ante la misma incapacidad de vivir con alegría. ¿La causa?, se están llevando a todas partes esa contaminación interior debajo de su piel y, en esa “huida” de los factores externos, siguen postergando su trabajo interior, un trabajo que pasa gestionar su soberbia, cauterizar su rencor y depurar su resentimiento. ¿Te parece bien que veamos ahora qué son estos tres elementos y cuáles son los antídotos más efectivos?

Soberbia01

La soberbia es una auto estima y auto conceptos deformados por la creencia de vernos superiores, cuando en realidad es una ficción sobre nosotros mismos que sólo sirve para el tormento propio y para atormentar a los demás. Es el sentimiento nacido de juzgarnos inferiores, lo que nos genera sufrimiento existencial al imaginar a los demás por encima nuestra. La soberbia quiere estar por encima del complejo de inferioridad, es tremendamente toxica y, en ocasiones, destructiva. Siempre quiere tener “la razón” para demostrar su superioridad y, si pierde, se lo lleva a lo personal, se revuelve y entra en cólera atacando todo lo que sea una perspectiva dispar a la sostenida. O estás conmigo, o estás contra mi.

La persona soberbia, tiene necesidad de prevalecer, de mostrarse y ser percibida en un nivel diferente a los demás, de algún modo especial y merecedora de privilegios emocionales y circunstanciales. La persona soberbia flagela desde la palabra, el despotismo, el ninguneo y la descalificación. Su comportamiento es negativo y altanero, y su discurso, que por lo general es áspero y contiene matices de crítica, acaba por convertirse en lenguaraz. Con la palabra es capaz de destruir y de dañar sensibilidades. La soberbia es distante, fría y antipática. Es absorbente y manipuladora. Para la persona soberbia, los demás son unos mediocres que nunca estarán a su altura, ni humana ni intelectualmente hablando.

Rencor01

El rencor anida en nosotros cuando somos incapaces de perdonar a quien nos generó un daño o nos hirió en algún aspecto, sobre todo emocional, bien cuando éramos niños, adolescentes o ya de adultos. La persona rencorosa vive en tensión como si sujetase con fuerza en la mano un ascua incandescente pretendiendo arrojársela a otro a la cabeza; la persona rencorosa vive bebiéndose un veneno esperando la muerte del otro. Cuando vivimos en rencor (la palabra rencor viene del latín rancere, que alude a rancio), nuestro corazón queda rehén y en podredumbre por un bloqueo emocional y comienza a acumular dureza e insensibilidad vital. Esto hace que nuestro alma, que sólo sabe amar y ser amada, agonice en silencio. El rencor nos encadena a personas y circunstancias de por vida

En esta situación de negación desde el corazón, el rencor nos genera un desgaste emocional tremendo llegando a quebrarnos interiormente. Cuando buscamos el escape a tal agonía nos topamos con una realidad de la que nos resulta imposible huir: nosotros mismos, y es ahí cuando la necrosis emocional empieza a afectarnos seriamente y acabamosprisioneros de nuestra propia dureza de corazón. El rencor lleva las cuentas de los males padecidos, apunta los desplantes y guarda en la recámara las afrentas recibidas. El rencor es revanchista, vengativo y urdidor. Es cortante y muy agresivo. Se lo lleva todo a lo personal, incluso lo que no pertenece al protagonista.

El resentimiento se ocupa de recordarnos una y otra vez el daño o dolor sufrido, y también quien lo generó o qué causa externa lo causó. La persona resentida vive en un permanente viaje al pasado para recordar la desgracia que le afectó; también viaja al futuro imaginando la desgracia que le pudo suceder por culpa de lo que ya le sucedió tiempo atrás. Ambos viajes, al pasado y al futuro, bloquean la posibilidad de vivir el presente con plenitud y con la mirada puesta en un futuro esperanzador lleno de posibilidades que ni ha imaginado. Desde el resentimiento, por la dinámica racional repetitiva que tiene, el resentido rememora de forma tóxica los momentos dolorosos, reviviendo una y otra vez acontecimientos por lo general negativos.

El resentimiento emplea un discurso negativo, auto profético, victimista y derrotista, y acaba por provocarnos falta de autoconfianza y también desconfianza en las personas de nuestro entorno. La persona resentida está siempre en guardia esperando el ataque de cualquiera y, esta postura existencial, le vuelve agresiva.

La soberbia, el rencor y el resentimiento tienen un denominador común: el miedo.

Y la pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿cómo recupero mi alegría si la tengo enterrada debajo de estas tres losas de granito actitudinal y comportamental?

Los tres factores que mejor contribuyen a que las personas recuperen su alegría, son la humildad, el perdón y la capacidad de olvidar para lograr así quedar libres de pensamientos mordaza y emociones tóxicas auto infringidas. Vayamos una por una.

Humildad

La humildad bien entendida, pasa por descubrir y aceptar la verdad de uno mismo. Esto requiere reconocer y acoger todos los factores personales (virtudes, dones y talento) que nos hacen destacar por lo brillantes que nos hacen ser y, de igual manera, debemos también reconocer y acoger aquellos nos hacen menos brillantes y que nos pesan. La palabra humildad, viene de humilitas, cuya raíz hum- que se refiere a humus, la tierra fértil en la que crecen todas las plantas. Así, la humildad nos baja a tierra para, desde ahí, hacernos crecer en la parte más humana de nuestra existencia, el crecimiento y madurez personal.

Cuando en el día a día convivimos con nuestros brillos y nuestras sombras nos llevamos a nosotros mismos a todas partes con naturalidad y, con ellos bien asumidos, nos ofrecemos a las personas de nuestro entorno como posibilidad de acción y pensamiento. La persona humilde deja atrás la constante y desgastante competición a la que nos induce la soberbia, y pasa a vivir en un estado de tranquilidad y armonía personal que le ahorra desgastes emocionales e intelectuales. Al desplegar la humildad, vamos con espíritu colaborador. Desde la humildad comprendemos mejor a las personas, empatizamos mejor con sus dificultades o modos de ver la vida y acogemos con naturalidad los errores o fallos que podamos o puedan cometer. La humildad es amable, cercana, generosa y sencilla. Es cálida, comprensiva y tiene un elevado sentido de servicio a los demás.

Perdon01

El perdón es clave en nuestras vidas si lo que queremos es conservar la alegría. La palabra perdón esta formada por el prefijo per-que significa “de forma total, absoluta, completa”, y por el sufijo –don, que significa “dádiva, regalo, presente”. Así pues, per+don significa darse a los demás a modo de regalo, y hacerlo de forma completa y total, nos hagan lo que nos hagan, o nos hagamos lo que nos hagamos a nosotros mismos. El perdón podemos llevarlo a cabo incluso de forma individual y sin que la persona que nos generó el daño sepa que estamos perdonándola. Es decir, que es un proceso en el que interviene nuestra inteligencia (inter + legere = lectura interior) y voluntad (volo = querer y –tad = tiene la cualidad), es decir, cuando leemos en nuestro interior que nos genera bienestar querer estar bien con nosotros mismos y con los demás miembros del entorno.

Cuando perdonamos, nuestras vidas pasan a ser más livianas y más fáciles de vivir, aunque las adversidades o las relaciones humanas sean igual de adversas o imperfectas que siempre. El perdón nos permite vivir reconciliados con nosotros mismos y con los demás, y esto hace que las tensiones interiores se desvanezcan, facilitando una vida más relajada en lo que a relaciones humanas se refiere. El perdón, lejos de ser un comportamiento en sí mismo, es una actitud del alma que emana del corazón y nos eleva espiritualmente. El perdón es valiente, noble y sencillo. Vive sin juicios y en aceptación plena del otro.

 La capacidad de olvido nos permite vivir la vida mirando el presente y recuperar la esperanza de mirar hacia el futuro con ilusión. Al olvidar aquello que nos hizo sufrir, liberamos nuestra existencia de unos grilletes que nos anclaban a un pasado desagradable por hacernos revivir y sentir repetitivamente lo que nos dañó. Cuando olvidamos lo que nos hicieron, dejamos de ir por la vida como si condujésemos mirando por los retrovisores y volvemos a hacerlo mirando a través del parabrisas. Es entonces cuando se nos abre la oportunidad de avanzar en nuestro camino hacia horizontes de mayor claridad existencial. Cuando olvidamos se produce la elevación de nuestra existencia por la limpieza de pensamiento que ello supone. Este ejercicio supone una gran liberación psicológica.

Con el olvido diluimos la cárcel mental en la que nos habíamos encerrado a nosotros mismos, una jaula que, aunque invisible, es tremendamente sólida por ser fruto de nuestra voluntaria memoria. Para olvidar, bastará con decidirlo y tener la voluntad de mantenernos firmes en dicha decisión y acompañarla del propio permiso interior para llevarlo a cabo. En este plano, la capacidad de olvido nos devolverá el frescor, la espontaneidad y el buen humor.

El denominador común de la humildad, el perdón y la capacidad de olvido es el amor.

Así, para neutralizar los tres males endémicos que asfixian nuestra alegría -la soberbia, el rencor y el resentimiento-, tomaremos una buena dosis de los tres antídotos más efectivos: la humildad, el perdón y la capacidad de olvido. Y si no fuese suficiente esa dosis, la aumentaremos hasta lograrlo.

Y ahora, ¿te ves capaz de desenterrar y resucitar tu alegría?

Un abrazo. Borja.

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