El perdón

La frase que traigo hoy para reflexionar es de Santa Teresa de Calcuta.

El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. ¡Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió!

Para entender la potencia de la palabra «perdón», quizá merezca la pena ver su etimología. Tiene dos partes.

  • Per (de forma total, completa, absoluta) y
  • don (regalo, dádiva, presente).

Per + don supone darnos al otro de forma total, completa o absoluta, aún a pesar de lo que nos haya hecho y, al hacerlo, que sea porque amamos su condición humana por encima de todo lo demás. ¡¿Vaya reto, eh?!

Cuando decidimos perdonar es porque hay voluntad de “soltar” algo que aún nos genera daño en el interior. El rencor que podemos sentir hacia alguien o algo, con el perdón, lo sustituimos por comprensión y acogida desde una mirada ancha que emana del corazón. Las ofensas y daños padecidos quedan borrados y sale de nosotros una valentía especial que nos llena de paz junto a una sutil y profunda alegría.

Perdonar requiere de valentía, ¡mucha!, pues nos pone delante de nosotros mismos y nos lleva a acoger al otro, a ese que nos dañó. Cuando retenemos la ofensa en el corazón crece en nosotros el rencor y acabamos viviendo con un amargor existencial que nos angustia la vida. La palabra rencor proviene del latin rancere, que significa rancio y -cor que alude a corazón. Así, cuando acumulamos rencor, lo que estamos logrando es que el corazón se nos rancie, se nos pudra.

Cuando soltamos el rencor -el veneno que nos bebemos para que se muera el otro- desde la valentía de amar -relacionarnos con el otro sin juicio y dándole dignidad- alcanzaremos una serenidad alentadora que trae de la mano un ensanchamiento del alma. Además, nos liberamos nosotros mismos de los grilletes que le habíamos puesto al otro y que también nos encadenaban, mientras descubrimos que en esa liberación que regalamos, encontramos un alivio emocional adicional.

Lo de “perdono, pero no olvido” demuestra falta de valentía, estrechez de corazón y cierto rencor latente, se vista como se vista… Cuando perdonamos, hay voluntad de “soltar” y olvidar, porque en ese olvido encontramos la paz que arrebata el “rencor”.

Incluso hay quien cree y se ve incapaz de perdonar ciertos agravios porque sigue padeciendo sus efectos por seguir reviviendo la herida, el dolor, o incluso el odio que le despertó aquello. Quien está así padece de una soberbia victimísta que le endurece su existencia y de la cual culpa al otro.

Sin embargo, cuando comprendemos que el perdón nos ubica en un plano más elevado que el de quien nos agravia, descubrimos el camino de la solución y, aunque cueste superar el daño padecido, cabe una disposición interior que se sostiene en el amor al otro como ser humano, un ser humano que es tan imperfecto como cualquiera de nosotros y que está necesitado de recuperar su dignidad.

Por ejemplo, el empleado que ha sido despedido injustamente de la empresa y decide perdonar a quienes lo hicieron a pesar del sentimiento adverso que, por lógica está experimentando, demuestra que es fuerte de voluntad. Y es fuerte de voluntad (que viene del latín volo- que significa querer y -ntad que tiene la cualidad = tiene la cualidad de querer) porque toma la decisión de soltar el dolor para crecer en humanidad desde la libertad interior que le asiste.

Ahora debemos hacernos una pregunta: ¿quién es el mayor ejemplo de perdón que conocemos? Aquel quién, en el momento de mayor dolor y sufrimiento de daño personal es capaz de seguir dándose a los demás de manera completa, sin reservas, incluso a quien le agravia. Seguro que alguien de tu entorno se comporta así.

Ahora imaginemos un contexto profesional en el que, aún a pesar de afrentas, ofensas y desplantes que sufrimos unos y otros provocados por otros y por unos, continuamos dándonos unos a otros con todas nuestras cualidades y una revisada limpieza de intención. ¿Cuánto mejorarían nuestros ambientes de trabajo? A medida que nos perdonamos unos a otros vamos comportándonos mejor unos con otros y el trato mejora exponencialmente. Pero claro… ¿vamos a tener la humildad y la anchura de corazón de ser los primeros en dar el primer paso en perdonar al que nos ofendió, nos dañó o nos perjudicó?

Para empezar, piensa en esto como un buen punto de partida: cuando consideres que eres tú a quien deben pedir perdón u ofrecer unas disculpas y no lo hagan, perdona tu su incapacidad de pedir perdón o de disculparse contigo.

¿Serás capaz?, ¿seremos capaces?, ¿por qué dudas?

Fuerte abrazo. Borja.

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