Resiliencia o resistencia, ¡esa es la cuestión!
Desde hace al menos ocho años venimos escuchando un mensaje constante y repetitivo en torno a una palabra: resiliencia. Debemos ser resilientes, las empresas resilientes son más competitivas, un profesional resiliente es mejor, debemos conformar una sociedad resiliente… y así hasta el infinito.
¿Qué es la resiliencia? Según la RAE es la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. En términos técnicos la resiliencia es la “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”. Estas dos acepciones tienen algo en común que me llama especialmente la atención y que a la vez me gusta muy poco: el agente perturbador y la perturbación.
¿Se trata entonces de la capacidad de adaptación que tenemos como personas y como sociedad a un agente perturbador externo que nos somete a una perturbación de estilos de liderazgo, mando, ideologías, tendencias, maneras de vivir, sistemas legislativos, formas hacer, maneras de liderar, gestionar y gobernar? ¿Qué sentido tiene adaptarnos a lo que nos perturba como personas o como sociedad? ¿Qué justifica que debamos sufrir una perturbación que está deliberadamente provocada para imponer voluntades y hacerse con posiciones de poder y dominio?
En las guerras, los servicios de inteligencia tienen como misión condicionar psicológicamente al contendiente, menoscabar su voluntad, erosionar su autoestima individual y colectiva, desgastar su motivación, desinflar su autoconcepto y abatir su confianza. Son operaciones de inteligencia que se desarrollan sobre la población civil y en paralelo a las operaciones bélicas.
Las personas o las sociedades resilientes, es decir, las que tienen que desarrollar la capacidad de adaptarse a un agente perturbador poderoso son las que sufren o padecen la fuerza o presión de dicho agente. Bajando esto al día a día, cabe preguntarnos una serie de cosas. ¿Quién es ese agente, el consejo de administración, el comité de dirección, el comité de empresa, el jefe, un compañero, el poder legislativo, el poder ejecutivo, el poder judicial, la policía, los políticos, los medios de comunicación o todos a la vez como parte de un engranaje que comparte un pensamiento único?
Quiero aquí invitaros de nuevo a la reflexión. ¿Qué pasaría si en vez de mostrarnos resilientes nos mostramos resistentes? Sí, he dicho resistentes. ¿Qué pasaría?
Según la RAE, en su segunda acepción, la resistencia es la capacidad de resistir y, más en concreto y como sinónimos, aguante, fortaleza, fuerza, vigor, potencia, entereza, robustez, solidez, energía y vitalidad. Los opuestos son debilidad y fragilidad.
¿De qué manera enfrentaríamos los acontecimientos actuales que nos afectan como profesionales y como miembros de la sociedad si abandonásemos la resiliencia y el “es lo que hay” y desplegásemos una resistencia sobre la base de sólidos principios y comportamientos impregnados de virtudes y valores universales sujetos a ética y moral?
¿Cómo será nuestro día a día si todos demostramos serena resistencia a las imposiciones interesadas de personas, organismos, entidades e instituciones que fomentan comportamientos de mediocridad, bajeza o corrupción? ¿Merece la pena resistirnos al deterioro de la escala de valores de la empresa o la sociedad de la cual formamos parte y comenzar a no pasar ni una? ¿Habría tanta corrupción en ámbitos de vida particular, empresariales privados, como en ámbitos públicos o de gobierno si desplegásemos cada uno de nosotros una recta e incuestionable resistencia sobre la base de hacer bien el bien en vez de vivir en la tibieza resiliente de nula reacción porque «yo no soy así”?
La resiliencia nos lleva a encogernos de hombros y a convertirnos en un trozo de plastilina que se deforma con la presión de los dedos del niño. La resistencia nos lleva a decir basta, de forma serena y aplomada. Es resistencia, y muy necesaria, dar el paso para encarar y poner freno al descontrol que muchas veces favorecemos por indiferencia o por pasividad: “mientras no me afecte directamente”.
Por ejemplo, resistir defendiendo el sector primario; resistir atreviéndonos a dejar de lado lo políticamente correcto y llamar a las cosas por su nombre; resistir diciendo la verdad; resistir aparatando de nuestras vidas ideologías que se demuestran destructivas para la condición humana; resistir por medio de un constante trabajo de hormigas por traer a la luz todo el mal que aún permanece oculto delante de nuestras narices.
Creo que es el momento de reflexionar muy en serio sobre la moda de la resiliencia, si la hemos acogido sin rechistar como un mantra anestesiante para someternos a la voluntad de unos pocos o si, asumiendo la responsabilidad que nos confiere ser integrantes de la maltrecha sociedad actual, necesitamos ser resistentes para sacudirnos tanto sedante psicológico y moral, y con determinación y perseverancia darle la vuelta a la situación económica, política y social en la que vivimos. Desconocemos cuánto cuestan los rectos valores humanos universales y las virtudes, pero estamos pagando un precio muy alto al aceptar vivir sin ellos.
Esto va de escoger entre resiliente o resistente. ¿Y tú, qué escoges?
Un abrazo. B.